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“Gestión comunitaria: otras historias sobre el modelo de hacer ciudad y barrios cooperativistas”, por Javier Rodrigo de Transductores

Categoría del post Firmas y Artículos destacados Fecha de publicación de la noticia

En el estado español hemos podido ver cómo en los últimos 5 años ha habido una gran explosión de experiencias, prácticas y programas que han expandido y experimentado diversos modelos de participación y implicación ciudadana en las instituciones públicas. Puede que, ya antes del 15M, el subsuelo dejado por la cultura libre, las experiencias de huertos vecinales y los denominados centros sociales auto-gestionados, con su denominación como instituciones-monstruos e instituciones de lo común ya estaban sedimentando, cultivando, otros modelos transversales de experimentación ciudadanía directa en los barrios. Estos espacios ya eran activos comunitarios contra el urbanismo más salvaje y un modelo de vida depredador que nos expulsa a todas de las ciudades, sobre todo de los barrios marcados por la gentrificación. Esta necesidad de puntos de vida comunitaria y activos urbanos ahora son  sumamente obvios, pero que en su momento no lo conseguimos prever del todo en el marco de la reducción de calidad de vida de los barrios y los fenómenos de barricidios, ya que muchos discursos de regeneración estaban envueltos en etiquetas de innovación ciudadana y espacios de reflexión sobre las implicaciones de la gentrificació y la falta de derechos sobre la ciudad y la vivienda [1]. Mientras que en los últimos años espacios de centros autogestionados han evolucionado, se han tejido en red y trabajado conjuntamente, como en la Fundación de los comunes, pareciera que la explosión de otras formas de nueva institucionalidad en cultura buscaba otros caminos, puede que no tan radicalmente antagónicos, pero que sin embargo recogían tradiciones de la contracultura, la ciencia ciudadana y los modelos diversos de laboratorios culturales: de ahí la explosión de Medialab Prado o el trabajo de Intermediae, bajo la gobernanza micro de infraestructuras culturales abiertas como huertos o cines de veranos generados con tejidos vecinales, creadores, urbanistas y saberes diversos. Experimentos de una imaginación radical que comportaban ensamblajes de actores, dispositivos y modos de gobierno sobre el hecho de producir prototipos de ciudad, o mejor dicho, pequeños paraísos de espacios públicos. Me remiten estos dos ejemplos de Madrid, más que nada por su cercanía al haber podido investigar algunas de estas prácticas en temas de redes instituyentes y nuevas formas de implicación ciudadana en cultura, urbanismo y pedagogías en el 2013.

En todo este marco, da la sensación de que la mirada sobre nueva institucionalidad y participación ciudadana en Barcelona era otra: algunos se preguntaban qué hacia Barcelona en innovación ciudadana, dónde estaban sus análogos como Medialab, como Intermediae, sus huertos urbanos y espacios gestionados por la ciudadanía como Campo de la Cebada, o Patio Maravillas [2] o la experiencia reciente de la Ingobernable, desalojada en noviembre. Bajo esta pregunta, y sin ánimo de simplificar y reducir las complejidades e historias de cada ciudad, pretendo ahora señalar algunas historias y puntos de en qué espacios de trabajo se centran las políticas ciudadanas de Barcelona, bajo la pregunta de la nueva institucionalidad. Esta pregunta la situaré bajo otras historias y genealogías de las prácticas de democracia directa a partir de la gestión comunitaria y los marcos cooperativistas en cultura. Cabe matizar que este texto bebe de la investigación del libro colectivo de 2016 que coordinamos titulado «Desbordar Barcelona: un relato alternativo sobre la cultura en la ciudad» (y que en breve estará traducido al castellano). También este pequeño relato se teje de las conversaciones con personas relacionadas con algunos centros y el nacimiento de espacios en los años ochenta, del libro de Marina Garcés Ciudad Princesa (2018) [3] y del trabajo de historia desarrollado por el Ateneu Popular 9 Barris en su 40 aniversario. Para este relato usaré algunos momentos y ejemplos, de algunas iniciativas, para repensar otros modelos de gestión colectiva, otros modos de hacer ciudad, y de reivindicar el derecho a una vida colectiva en un territorio común y otros modos de participar en los territorios urbanos.

Sobre gestión comunitaria: otras historias, otras líneas de fuga

Uno de los momentos claves para repensar la historia de la experimentación ciudadana en uso de infraestructuras abiertas, de espacios gestionados y de formas de soberanía popular, se dan en el período final de los años 70. Con un franquismo a medio gas, con una sociedad cada vez más deteriorada y cansada, y un periodo de luchas obreras muy duro, en Barcelona, muchas clases populares, ciudadanos y personas se activan en espacios de activismo cultural y ciudadano. Reivindican la ciudad desde una democracia desde abajo en muchos servicios autogestionados o colectivos (de cuidados, de educación, y también de espacios de barrio). De este ímpetu surge la campaña de 1976 a favor de Ateneos Populares: hay personas que dicen que estamos hablando de más de un centenar de espacios gestionados así en Barcelona [4] .Esa ola hace que emerjan y se reivindiquen múltiples espacios que pasan a ser de gestión ciudadana, colectiva, siguiendo la estela de la tradición libertaria (La Flor de Maig, La Sedeta, Bon Pastor, Ateneu Popular 9 Barris, El Born, Mercat de les Flors, Cotxeres de Sants, Casas Elizalde y Golferichs, entre otros muchos equipamientos [5]). Esta reivindicación da cuenta de un clima de disrupción y democracia directa en consonancia con otros fenómenos de auto-organización ciudadana como una constelación insurgente de Barcelona. Por ejemplo, el festival GREC, un festival punta de lanza ahora de la marca Barcelona, fue auto-gestionado por un conjunto de actores/actrices y trabajadoras del teatro en sus dos primeras ediciones. Por su parte, el teatro Lliure se forma bajo el paraguas de una cooperativa de consumo, o emergen cooperativas como Rocaguinarda en 1978, o espacios como el Bar-La Sal, activo urbano feminista y editorial de experimentación política en pleno centro del Raval (1977). En este marco de trabajo puede que el hito más reconocible, por su longevidad e importancia, es el Ateneo Popular de 9 Barris de 1977. Como dicen algunos de sus miembros: «es más viejo que la democracia en España». Este equipamiento de gestión comunitaria, es fruto de una ocupación y alianza entre vecinxs, artistas, creadores, gente del circo y la contracultura. Después de una ocupación y una jornada intensiva, se reivindica un ateneo popular en la antigua fábrica asfáltica y se consigue una cesión de uso formalizada con el Ayuntamiento en los años 80 en el Barrio de Roquetas. Este modelo va extendiendo sus redes como una hidra revolucionaria en el barrio y otros equipamientos de la ciudad de Barcelona, siendo, curiosamente, Roquetas uno de los barrios de Barcelona donde más espacios de gestión comunitaria y ciudadana existen de Barcelona, cuando paradójicamente Nou Barris como distrito es uno de los más castigados de la crisis y que más desigualdades sociales contiene.

Ateneo 9 Barris en la actualidad

Con esta matriz de cooperativismo, de gestión desde abajo y de ateneos y espacios colectivos, no es de extrañar que la ola democratizadora de los años ochenta contemple una neutralización, coooptación e instrumentalización de muchos espacios. ¿Cómo?  Sencillamente profesionalizando la cultura de proximidad: el paso del activismo de calle, de la agitación cultural se traduce en las nuevas figuras de animación sociocultural, donde al menos no suponía una pérdida del espíritu libertario y de educación popular a lo Paulo Freire. Pero será el período preolímpico, de 1986 a 1992, el momento en que se cocina y se genera la marca Barcelona en su máximo apogeo. Justo cuatro años antes se inaugura el primer centro cívico en Barcelona (el de Guinardo, en 1982) y con ello se genera un discurso hegemónico de la gestión cultural: del activismo auto-gestionado por vecinxs y activistas, a la planificación de cultura de proximidad y equipamientos. La primera arquitectura neoliberal de la cultura basada en la tecnificación gestionada por profesionales técnicos y con marcos de desarrollismo. Si miramos el discurso cultural, los centros cívicos son hijos del modelo de las casas de la cultura francesa. Son un campo de tensión entre democratizar la cultura y dar acceso en los barrios a espacios culturales de tiempo libre, no centrados en la auto-organización comunitaria en la mayoría de los casos [6].

Este cambio no es baladí desde una mirada global. Se cuece justo en el período del Sí a la OTAN, del desarrollismo socialista estatal y del marco del Margalismo en 1986. Su impronta se resume en el discurso hegemónico de nuevas centralidades (cada barrio, un centro cívico, una biblioteca, una infraestructura). Una muy buena idea “socioaldemocrática”, pero que en el fondo encubre políticas neo-liberales de externalización de servicios y de control público sobre los recursos e infraestructuras de los barrios. Nacido el primer centro cívico, muerta toda la red insurgente de espacios ateneísticos. Curiosamente en esa época nacen las macro empresas de monocultivo cultural como FOCUS, especializadas en externalización de servicio y en desarrollar cultura transgénica. Esto es cultura empaquetada en empresas de servicios culturales. Siempre todo ello auspiciado bajo el paradigma de la ciudad marca, las industrias culturales, el desarrollismo en urbanismo y el futuro turismo cultural. La ciudad escaparate…

Las fabricas de cultura: de la Macabra a las fábricas de creación como los últimos latigazos de un modelo con mucho asma

Saltando a finales de los 90, con la resaca de los juegos olímpicos, y el dolor de cabeza del batacazo del Fórum de las Culturas (2004), nos encontramos otro nuevo ejemplo de tensión entre la planificación de la ciudad desde la mirada del neo-liberalismo creativo y el trabajo de base que desborda los marcos de experimentación política. Este ejemplo, de nuevo, tensiona los imaginarios sobre lo posible, en el modelo de hacer ciudad desde abajo y como práctica antagonista a la ciudad creativa.

En el Poble Nou, el barrio industrial que queda debajo de la diagonal antes de llegar al Forum, se está cociendo un modelo de resistencia a la ciudad depredadora como consecuencia del Forum de las Culturas, como plan revitalizador del urbanismo de la ciudad, y dentro del plan @22. En este marco de nueva especulación y regeneración urbana bajo la escuela de la conversión industrial y la smart city, emerge un espacio ocupado que vuelve a poner en tensión la lucha por la ciudad: será La Makabra. Activada desde 2000 y desalojada en 2006, será un espacio a modo de centro social autogestionado, con artistas, circo, lugares de reunión y una transversalidad desbordante, que propone un modelo desde abajo de reutilizar las antiguas fábricas y convertirlas en espacios experimentales en cultura. Su brutal desalojo, como estandarte del modelo de ciudad tan violento de este período, supone una ola de solidaridad vecinal, de resistencia y de ruptura del marco convencional sobre el relato de espacios ocupados que pilla desprevenido al ayuntamiento socialista [7].

Puede, que desde esta lectura, un ayuntamiento progresista no se podía permitir que  un grupo de artistas y vecinxs, de creadorxs de base reconocidxs y legitimados por otras instituciones y el mismo barrio, se autogestionara y practicara otro tipo de ciudad más comunitaria y viva. Una forma colectiva que suponía una ruptura al modelo de la ciudad marca, que ponía en cuestionamiento su modelo vertical de smart city, y que en el fondo era fruto de los últimos coletazos de la marca Barcelona [8]. Y menos aún en un barrio que está sometido a un proceso de regeneración urbana, en un período donde el activismo ya pone en tensión la marca Barcelona, y donde la ley de Civismo es aprobada e implementada de forma salvaje. ¿Y cuál es la consecuencia de todo esto? Bueno, por casualidad o no (de nuevo), el ayuntamiento de Barcelona saca el Plan de Fábricas de Creación de Barcelona (2007), con el objetivo de planificar la creación cultural en los barrios y poner a Barcelona de nuevo como hito de ciudad creativa. Otra vez la tensión entre los fenómenos de ciudad desde abajo y de participación comunitaria versus el modelo de planificación, como una tensión que parece irresoluble y se materializa en este nuevo plan con todas sus contradicciones y diversidad de espacios que acoge actualmente este programa. Dicho sea de paso, un plan de Fábricas sin una ruta clara y articuladora, pero con la sana intención de nuevo de gestionar y marcar el modelo de fábricas y el tipo de cultura a desarrollar, no sea que de nuevo vengan unos okupas a poner en práctica otro modelo…

Gestión comunitaria y comunes urbanos en medio de la ciudad depredadora (2011- 2018): ¿ Pero qué tienen que ver un teatro comunitario y el Hermitage en Barcelona?

Del 2007 saltamos al 2011, entendiendo que el clima del 15 M, como campo de otro modo de pensar la política y desbordar la transición nos sitúan en nuevos espacios donde repensar el trabajo de barrios y generación de espacios de bienes comunes en la ciudad. El 2011 es no sólo el espacio de ocupación de las plazas, es también el paso de muchas personas a nuevas formas de implicación y el cambio de imaginario sobre cómo hacer ciudad, tejer territorios y desbordar de nuevos los límites de la democracia. Pero esto también se desplaza del momento macro-evento Primavera Árabe, las acampadas en las plazas al tránsito y redistribución en los barrios: en nuevos espacios descentralizados donde se fundan o reactivan las asambleas de barrio. En ese momento se realiza la ocupación de Can Batlló, espacio reivindicado desde hace más de 40 años, que es ocupado el 11 de junio, presentado como un espacio “colectivizado” bajo la cesión del Ayuntamiento de Barcelona. Es el marco en el que muchas luchas de espacio publico emergen, y se consolidan redes de gestión ciudadana y participación directa en equipamientos de proximidad. Todo este conglomerado tiene un marco aglutinador en la Plataforma de Gestión Ciudadana de Barcelona, nacida en 2009, pero que en 2011 ya reivindica su masa crítica como un ecosistema de suma de equipamientos e infraestructuras de ciudad. Una red de ciudad comunal que suman una fuerza inusual, o previamente no medida, y reivindicada en términos de derecho a la ciudad: gestionan 3,2 millones de euros al año, con más de 100 personas directas y 500 indirectas [9].

Esta presión conlleva un proceso de negociación donde emerge el Modelo de gestión cívica, que marca indicadores de arraigo y trabajo directo con gestión colectiva de recursos de proximidad, lo que actualmente afecta a más de 70 iniciativas diversas amparadas en este marco, que bajo titularidad pública desarrollan prácticas de gestión ciudadana en tipologías muy diversas: casales de jóvenes, centros cívicos, fábricas de creación o servicios orientativos, por ejemplo. Este salto cuantitativo y cualitativo comienza a pensar en otros marcos y espacios de comunes urbanos que mueven otro tipo de ciudadanía: la de los barrios cooperativistas. De este modo se generaba un marco normativo y una narrativa que desborda la ciudad creativa y los modelos de empresas de servicios, y dota de herramientas para competir y generar participación ciudadana y profesionalización desde modelos comunitarios y alternativas reales (Maria Victoria Sánchez Belando, 2015 y 2017) [10].

Y sin saberlo, ni beberlo, muchos que veníamos de las pedagogías colectivas, de hacer cosas híbridas, como en mi caso, nos implicamos poco a poco, y militamos en espacios colectivos de las asambleas de barrio. Y desde ahí, con el espacio de Repensar Barcelona, y en concreto con las jornadas de Cooperasec, de 2012, ayudamos y nos involucramos desde el anonimato en la producción de acciones, jornadas y trabajo de plataformas ciudadanas anti-gentrificación y de marcos de barrios cooperativistas… Todo este proceso comporta la creación de Som Paral·lel, donde nos toca desmarcar Barcelona, de nuevo, bajo los planes de Smart city, y después de un proceso de activismo amplio de calle y coaliciones de entidades y vecinxs, nos centramos en Recuperar el Teatro Arnau. Esta lucha se desarrolló junto con diversa gente del sector cultural, de entidades del Poble-sec y de Sant Antoni, y grupos de trabajadoras culturales y escénicas, que dialogamos con las reivindicaciones ya desarrolladas por la plataforma Salvem L’Arnau. En este proceso se desarrollaron 6 galas autogestionadas de reivindicación del último teatro de barraca en pie del Poble-sec, y entramos en un proceso participativo para definir el teatro, tanto su identidad como sus ejes. Esta identidad queda definida mediante 3 ejes: memorias comunitarias, la comunidad y las artes escénicas. Por otra parte durante el proceso participativo se detecta que el teatro tiene que derrumbarse o remodelarse del todo: es imposible entrar inmediatamente o usarlo. En el mismo proceso se decide conservar algunas partes y definir el marco de usos y modelo de gestión del edificio-institución. Y además se exige que hayan tres personas en el jurado del concurso público final que defina el teatro. Además, fruto de este trabajo de concurso y definición del teatro, armamos el proceso de Arnau Itinerante, un programa de artes escénicas, comunidad y memorias disidentes que gestionamos desde hace dos años en asamblea abierta, grupo de trabajo y con la ayuda de una oficina técnica sobre producción y participación de trabajo comunitario,  y una oficina de difusión (las cooperativas de Etcèreres y L’Apostrof, respectivamente). Y éstas son escogidas con un concurso público donde tres personas del proceso participativo son miembros del jurado. Las oficinas contemplan una partida aproximada de 80.000 euros entre las dos, y hay otra partida de 130.000 euros que gestionamos en comunidad.

Gala de reivindicación del Teatro Arnau (2015)

Estos dos concursos marcan ejemplos de relaciones público-privadas, y otros modos de diseñar una institución pública, un teatro, incluso de trabajar en el territorio e implicar de diversas formas a la ciudadanía y a los tejidos vecinales, creativos, cooperativos y de cultura de base. El Teatro Arnau supone una institución comunitaria que, a modo de prototipo institucional, cultiva, experimenta, teje y habita los barrios, y se deja afectar por sus temáticas sociales. Mucho antes de que el contenedor como infraestructura urbana que será el teatro Arnau termine de construirse, se está generando una red de trabajo y de entidades y comunidades ya implicadas. Además, el teatro en estos dos últimos años ha impulsado coaliciones y relaciones con espacios muy diversos entre sí: desde solares autogestionados, librerías transfeministas, cooperativas y trabajo comunitario, diversidad y culturas migrantes, centros LGTBI, grupos de jóvenes, bibliotecas, una escuela o culturas urbanas. Puede sonar muy naif, pero a día de hoy una red de alianzas entre espacios diversos de gestión comunitaria, de luchas sociales y de los movimientos sociales quizás sea la esperanza real para frenar la gentrificación de un barrio como el de Poble-sec y construir nuevos marcos de diálogo entre lo público y lo común. Nuevos marcos que desborden el marco clásico de público-privado, donde efectivamente se da la participación de algunos sectores culturales y sociales que poseen riqueza por desposesión y llevan diseñando las infraestructuras urbanas desde al menos 40 años de democracia.


Y en este punto, a día de hoy, nos vemos de nuevo luchando entre dos modelos de gestión de la ciudad: el Hermitage de Sant Petersburgo, queriendo implementar una franquicia en el barrio de Barceloneta, en la zona del puerto, auspiciados por el Consorcio del Puerto de Barcelona como un para-estado [11] y que ya está generando resistencias vecinales. O, más cerca de Poble-sec, la Fundación Miró de Barcelona, otra fundación privada sostenida con dineros públicos que ha entrado en bancarrota, y espera un rescate económico en una difícil y delicada situación económica. De nuevo, nos vemos habitando las tensiones de la ciudad del siglo XXI, que se dirime entre el modelo de barrio cooperativista y las instituciones de la ciudad-marca. Un marco donde tiene sentido el Teatro Arnau con sus diálogos y formas diferentes de concebir lo púbico y lo comunitario. Barcelona sigue siendo un marco urbano perfecto donde se están dan los infinitos “últimos coletazos” del modelo de ciudad marca neo-liberal, el de la ciudad del turismo salvaje y la gentrificación, de la cultura transgénica. Contra este modelo nos queda recuperar nuestras historias y nuevas otras formas de implicarnos y generar vida en común y activos urbanos, de descentralizar y ganar en soberanías (alimentarias, energéticas, de vivienda, de cultura). Recuperar el pasado y conectarlo con los nuevos usos y modos de habitar espacios comunales, como el Arnau, el Ateneo cooperativo, la Base del Poble-sec; de experimentar otras formas de vivir juntxs en los barrios y de pensar la gestión de los bienes comunes de la ciudad en un dialogo y tensión constante con lo público, como una forma más de ampliar los límites de lo posible. Un reto que no está exento de contradicciones, pero que merece la pena abordar colectivamente.


  • [1] Mientras los barricidios futuros y la salvaje especulación inmobiliaria se acercaba a nuestros barrios («Winter is coming!», decíamos algunos en grupos y espacios de activismo), en esa época generamos herramientas de trabajo, en nuestro caso con plataformas como Repensar Poble-sec en Barcelona,  y el mapa contra la gentrificación del barrio en 2014 (el Mapa-sec). Pero no se pensó en los grandes propietarios y las políticas de vivienda social.
  • [2] Estos dos últimos ya son iniciativas terminadas, pero con un marco de imaginarios y influencias muy vivos .
  • [3] Garcés, Marina (2018) Ciudad Princesa Galaxia Gutenberg: Barcelona.
  • [4] Fuente oral: Xavi Pérez, trabajador cultural y activista en los años 80 en Barcelona.
  • [5] Muchos son actualmente centros cívicos, grandes equipamientos, o espacios de jóvenes.
  • [6] Aquí no se trata de condenar los centros cívicos, ni mucho menos, porque como equipamientos existen de todas las tipología de gestión y programas comunitarios muy interesantes. Lo que queremos resaltar es la superposición de un relato hegemónico sobre proximidad y barrios, que suplanta, borra y hace invisible otras historias sobre gestión ciudadana o sobre los marcos de activismo y animación sociocultural más de calle. El discurso del gestor cultural se vuelve hegemónico, y con él, la separación del profesional que programa y diseña la cultura y de la persona de a pie, que la consume simplemente.
  • [7] De la misma forma, dicho sea de paso, que pilló desbordado al Ayuntamiento de CIU el desalojo y derrumbe del centro social auto-gestionado Can Vies en 2014. La solidaridad del barrio que lo defendió y protegió como un cultivo de vida comunal en el barrio de Sants, como un bien común urbano, fue inesperada para el consistorio. Este hecho supuso una ola de demostraciones y acciones pacíficas y desobedencia civil de barrios que articuló una resistencia desde lo local al modelo global depredador de Jordi Martí. Este marco propició un clima idóneo de “no intervención”, lo que también dio lugar al macro de la ocupación del Ateneo Harmonia, en Sant Andreu, otro espacio de gestión comunitaria.
  • [8] En ese sentido también la plataforma Salvem Can Ricard sirvió de resistencia urbana y participativa a este modelo.
  • [9] Ver el documento de presentación Plataforma de Gestión ciudadana de Barcelona. Enero 2002.
  • [10] Sánchez Belando, M. V. (2015). Las Políticas culturales de proximidad en el Paradigma de la ciudad creativa: el caso del programa de Centros Cívicos en la ciudad de Barcelona. Política Y Sociedad, 52(1), 125–152); ídem (2017). Building alternatives to the creative turn in Barcelona: The case of the socio-cultural centre Can Batlló. City, Culture and Society, 8 (march), 35–42. http://doi.org/10.1016/j.ccs.
  • [11] Véase el texto de Rubén Martínez y Mauro Castro (2016). El Puerto de Barcelona: destapar un gobierno en la sombra. CXT. 2016.

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